lunes, 25 de febrero de 2013

Come un gabbiano



Días de tormenta, de recuerdos, de melancolía. Truenos cortantes que acentúan la incansable lluvia. Volver a ilusionarte, a dibujar por no más de un segundo tu sonrisa, para que esta velozmente vuelva a evaporarse. Dolor ingenuo que acaba embriagándote. Cientos de afilados cristales van atravesándote, poco a poco, recuerdo a recuerdo, cada vez más profundamente. Mi cabeza masoca siempre ha sabido que dolor y placer no están separados por más que algún que otro centímetro. El sufrimiento no es más que un puro recordatorio de que estamos vivos, una droga dulce e irresistible. Como un ácido zumo de limón que quema tu garganta pero se sosiega en tu estómago, que seca tu lengua pero humedece tus pupilas. Quizá el sentimiento más increíble que un ser humano pueda tener, quizá también el más detestado. Sentimiento del que unos buscan despojarse y al que otros buscan aferrarse. Yo no pretendo expulsarlo de mi vida, ni mucho menos acogerlo como si fuera la única salida, no pretendo concederle ni un segundo de mi, me es indiferente porque estoy firmemente segura de que tarde o temprano aterrizará en tu existencia lo desees o no.
Colores cálidos como el rojo son ideales para la atracción de la atención, ya que excitan el cerebro estimulándolo de manera instantánea. Tal vez los más de cuatro meses viviendo entre paredes rojas hayan sobrestimulado el mío y sea la razón de mi pérdida progresiva de cordura. O tal vez no. Tal vez el culpable sea el envejecimiento de mi carácter extremista día a día más terco y caprichoso. Esa necesidad del sí o del no, del blanco o el negro, sin posibilidad alguna de aceptar un gris degradado. Esa necesidad de nunca olvidar, de guardar cada momento o persona en tu vida como si del mayor tesoro se tratase. Ese terror a la pérdida, incluso cuando esta ya se ha producido, a la ausencia y a la soledad. Esa lucha incesante por revivir instantes, reconstruir escenas y mentirte a ti misma imponiéndote que ni el tiempo ni las cosas pasan. Esta mezcla de cualidades y defectos que poco se acercan a los de un ser juicioso van creciendo día a día, segundo a segundo, construyéndote como un castillo de arena, grano a grano, para que antes de acabarlo llegue una ola y arrase con todo, antes de que el último rayo de sol se haya escondido, antes de que la última gaviota haya salido volando. Gaviotas y su ironía. Su incansable placer de regocijarse de su dulce libertad ante los ojos de todo preso. Preso del dolor. Preso del placer.

È buffo. Quei gabbiani che non hanno una meta ideale e che viaggiano solo per viaggiare, non arrivano da nessuna parte, e vanno piano. Quelli invece che aspirano alla perfezione, anche senza intraprendere alcun viaggio, arrivano dovunque, e in un baleno.