Un
pequeño rincón, donde te encanta huír de vez en cuando, disfrutar
de la calidez de aquel paraíso hasta llegar a evaporarte. Un pequeño
lugar donde sólo estas tú, y tus pensamientos y tus más secretos
deseos, y a pesar de ello vas corriendo de palmera en palmera para
esconderte, como si sirviera de algo, como aquel niño inocente que
se esconde tras una farola. Esa inocencia, que por mucho que crezcas
y crezcas seguirá presente en ti, que por mucho que contraste con la
pura realidad querrás aferrarte a ella como si del diamante más
valioso se tratara, porque muy pocos son los que conocen el secreto,
el secreto está en las pequeñas diferencias. Incluso el sol no se
libra de su cierta inocencia, cuando busca esconderse en el mar, mar
de dudas de mi pequeño paraíso.
Y
es que en esta orilla remota, apenas se aprecia una ola, ninguna capaz
de borrar mi sonrisa. Sonrisa consecuente de esa inocencia, pequeño tesoro, esa que tanto aprecias, pero que combinada con una
pizca de incertidumbre acaba quemándote la piel, atravesándote como
un rayo de sol en pleno mes de agosto.
Sin embargo, sabes que por
mucho que te arda el alma, en cualquier momento puedes lanzarte al
mar, mar en calma, sumergirte en la nada, durante uno, dos o diez
minutos, hasta que todo aquello haya desaparecido, hasta que vuelvas
a ver la claridad rosada del atardecer, ahora mucho más cercano.
En
cualquier momento puedes hundir los pies en la arena, enterrarte poco
a poco, desaparecer por un instante, protegiéndote de nadie más que
de ti misma, desgraciadamente culpable de todo.
Un
instante después, cuando el sol sobrepasa el horizonte, cuando sus
rayos se apagan, y con ellos tu felicidad, cuando tu pequeño paraíso
desaparece en la oscuridad, cuando la claridad rosada de un atardecer
en el mar no es más que un mero sueño embriagador, tan distante ya,
que lo hace difícil de recordar, pero más aún de creer, que muy
poco tiempo atrás disfrutabas eufórica de tu pequeño paraíso.
“Il
ricordo è l´unico paradiso nel quale non possiamo essere espulsi”.