Días
de tormenta, de recuerdos, de melancolía. Truenos cortantes que
acentúan la incansable lluvia. Volver a ilusionarte, a dibujar por
no más de un segundo tu sonrisa, para que esta velozmente vuelva a
evaporarse. Dolor ingenuo que acaba embriagándote. Cientos de
afilados cristales van atravesándote, poco a poco, recuerdo a
recuerdo, cada vez más profundamente. Mi cabeza masoca siempre ha
sabido que dolor y placer no están separados por más que algún que
otro centímetro. El sufrimiento no es más que un puro recordatorio
de que estamos vivos, una droga dulce e irresistible. Como un ácido
zumo de limón que quema tu garganta pero se sosiega en tu estómago,
que seca tu lengua pero humedece tus pupilas. Quizá el sentimiento
más increíble que un ser humano pueda tener, quizá también el más
detestado. Sentimiento del que unos buscan despojarse y al que otros
buscan aferrarse. Yo no pretendo expulsarlo de mi vida, ni mucho
menos acogerlo como si fuera la única salida, no pretendo concederle
ni un segundo de mi, me es indiferente porque estoy firmemente segura
de que tarde o temprano aterrizará en tu existencia lo desees o no.
Colores
cálidos como el rojo son ideales para la atracción de la atención,
ya que excitan el cerebro estimulándolo de manera instantánea. Tal
vez los más de cuatro meses viviendo entre paredes rojas hayan
sobrestimulado el mío y sea la razón de mi pérdida progresiva de
cordura. O tal vez no. Tal vez el culpable sea el envejecimiento de
mi carácter extremista día a día más terco y caprichoso. Esa
necesidad del sí o del no, del blanco o el negro, sin posibilidad
alguna de aceptar un gris degradado. Esa necesidad de nunca olvidar,
de guardar cada momento o persona en tu vida como si del mayor tesoro
se tratase. Ese terror a la pérdida, incluso cuando esta ya se ha
producido, a la ausencia y a la soledad. Esa lucha incesante por
revivir instantes, reconstruir escenas y mentirte a ti misma
imponiéndote que ni el tiempo ni las cosas pasan. Esta mezcla de
cualidades y defectos que poco se acercan a los de un ser juicioso
van creciendo día a día, segundo a segundo, construyéndote como un
castillo de arena, grano a grano, para que antes de acabarlo llegue
una ola y arrase con todo, antes de que el último rayo de sol se
haya escondido, antes de que la última gaviota haya salido volando.
Gaviotas y su ironía. Su incansable placer de regocijarse de su
dulce libertad ante los ojos de todo preso. Preso del dolor. Preso
del placer.
È
buffo. Quei gabbiani che non hanno una meta ideale e che viaggiano
solo per viaggiare, non arrivano da nessuna parte, e vanno piano.
Quelli invece che aspirano alla perfezione, anche senza intraprendere
alcun viaggio, arrivano dovunque, e in un baleno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario