Llega
la navidad, y con ella esa sensación agridulce. Volver a casa.
Después de 100 días en la ciudad eterna. La navidad, y su inmenso
poder para fomentar la nostalgia. Ese incremento de sentimentalismo y
añoranza que se recrea con el deseo de un rencuentro con los tuyos,
adornándolo de ilusión y conmoción. Es la hora de volver a la
realidad. A tu vida. Aunque no sea tan fácil desprenderte así como
así de todos los momentos y recuerdos de estos últimos meses. Esta
doble realidad acaba convirtiéndose en una locura, que te sacude en
estos días prenavideños, en los que tu estado anímico se
inestabiliza cual balancín. La tristeza debida al abandono de tu
nuevo y amado hogar se entremezcla con un puñado de felicidad y una
pizca de incertidumbre por la llegada del ansiado momento de juntarte
con aquellas personas tan importantes en tu vida desde siempre. Y es
que al fin y al cabo, la distancia nos acerca. Ese error común de
pensar que los kilómetros sirven para olvidar, cuando no hacen más
que intensificar tus sensaciones al regresar a tu punto de origen.
Dos realidades que se compenetran como un puzzle. Ninguna mejor.
Ninguna peor. Con distintos figurantes y encuadres. Cada una con sus
momentos horribles pero también con otros maravillosos. Realidades
que colisionan en algún punto de este misterioso sendero llamado
vida.
Y
tras acabar tus maletas, tienes que decir adiós, a tus noches de
limoncello, gotto de oro, stilettos y adoquines, combinación
incoherente a la cual nunca sospechaste que sobrevivirías.
A
los tempranos atardeceres romanos a los cuales habías conseguido
acostumbrarte. A la infinidad de aperitivos con sabor a pasión
perdidos entre la más minúscula callejuela romana.
Odio
las despedidas, pertenezco a ese grupo de personas que lagrimea con
con la más mínima señal de un adiós. Sin embargo, esta no es ni
mucho menos una despedida trágica. No es un adiós para siempre, más
bien un a presto, un ci vediamo en enero, un volveré, con más ganas
aún si es posible de aprovechar segundo a segundo de esta increíble
oportunidad.
Y
sin darte cuenta aterrizas. Abres los ojos, ante un Madrid más gris
aún del que recordabas, ahora toca volver al pasado, sin olvidar
nunca quien eres, ni en todo lo que te han cambiado estas últimas
semanas fuera de casa.
Se
acaba el 2012, un año en el que las cosas han evolucionado, pero tú
más aún. Ya nada es igual. Toca despedirse de un gran año con las
personas que más quieres, sin olvidarte de todas esas que conociste
unos pocos meses atrás, con tu llegada a Roma, y ahora son tan
importantes para ti. Como una nueva familia, con la que llenarás
poco a poco de grandes momentos el ansiado 2013.
Y
así van desapareciendo una a una las burbujas de tu Moët&Chandon,
esparciéndose rápidamente, tan rápido como se ha esparcido ante
tus ojos este año viejo. Un año menos por el que brindar, un año
más para recordar.
"Il
Natale è il momento in cui tutti vogliono il loro passato
dimenticato ed il loro presente ricordato." P.
Diller.