Y llega el
frío, y con él tus ilusiones se congelan, los paseos por Villa
Borghese, las mañanas de mercado, las terrazas abarrotadas de
turistas, y los paseos en bicicleta a lo largo del Tíber cada vez se
hacen más lejanos. Se echan de menos los graznidos ásperos de las
gaviotas al despertar, incluso los malditos mosquitos que meses atrás
masacraban tu piel con un mínimo de diez picaduras diarias. Las
calles se vacían, se percibe la ausencia del acordeonista que
amenizaba tus días a la hora de comer con su único tema, “Volaré”,
y las gelaterias van ralentizando su ritmo frenético de clientela.
Incluso los mendigos tienen que emigrar de su hogar habitual en la
ribera del Tíber debido a las continuas subidas del nivel del agua,
que parece que algún día llegará a desbordarse y arrasará con la
ciudad eterna. Las vespas van sustituyéndose por los coches. El sol
va perdiendo protagonismo poco a poco en la ciudad, hasta que llega
el momento en el que anochece en el pomeriggio, algo a lo que por muy
nocturna que sea tu mente, es difícil de acostumbrarse. Los hindúes
cargantes que te ofrecían gafas de sol de las “mejores” marcas,
ahora miran al cielo esperando a que caiga una mísera gota de agua
para perseguirte ofreciéndote cobijo bajo sus maravillosos paraguas.
Sin emoción alguna, saco de mi viejo armario con olor a rancio, mis
chaquetas, bufandas y gorros, momento que nunca creí que llegaría.
Todos estos
cambios en la estampa romana habitual, y algunas cuantas
circunstancias más van cerrando tu visión poco a poco, van
creándote dudas y miedos que nunca creíste que existirían. Te ves
atrapada en un mundo paralelo sin retorno en el que no todo es la
felicidad esperada. Piensas, ¿qué ha cambiado? ¿Yo? ¿Las cosas?
¿O simplemente mi propia percepción de estas? E intentas buscar la
respuesta, la solución, bajo unas cuantas mantas que resisten al
frío invierno de un piso sin calefacción. ¿Quién te robó la
sonrisa? ¿Las esperanzas? ¿La ilusión? Sólo tres meses han
bastado para que el frío invierno se lo lleve todo. Un vacío
nostálgico desplegado de un corazón de hielo que ahora añora el
pasado. Pero es demasiado tarde, y no hay marcha atrás. Solo hay una
salida, afrontar el duro invierno y esperar con ansias la llegada de
una suave primavera.
"Certe volte ho così freddo che devo bruciare i miei ricordi per scaldarmi" Christopher Barzak
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