miércoles, 21 de noviembre de 2012

Primi Passi,



Y por fin llegas. Y te das cuenta de la realidad. Y te ves sola entre los 2.783.300 de ciudadanos romanos. Sin casa, amigos o conocidos dispuestos a ayudarte, sin entender ni una palabra de ese idioma que parecía tan fácil. Pero la experiencia me ha hecho entender que los momentos de soledad son los que acaban definiendo a la persona, despojándola de cualquier influencia externa, poco a poco descubren quien eres, sorprendiéndote incluso de tu propia fuerza interna y de nuevos registros inimaginables que brotan de tu propio tú. 
Y así vas construyendo tu nuevo hogar, en tu nueva ciudad, y en tu nueva etapa, una república independiente de tu casa que vas llenando poco a poco con momentos inolvidables muchos de ellos malos, terribles, vacíos y afligidos, por lo que deberás luchar para acabar compensándolos con otros muchos plagados de felicidad, risas y emociones.
Mi nuevo hogar, que decir de él, quizá se encuentre en uno de los rincones más maravillosos de Roma donde se combina la frescura del Tíber, custodiado por San Ángelo con el frenético pasear de aquellos católicos dirigiéndose a la oración de Benedicto desde su ventana en la plaza San Pedro. Sin olvidarse de los miles de turistas, la gran mayoría americanos que pasan por mi puerta día tras día, inconfundibles, réflex y mapa en mano, cuya presencia más que agobiarte acaba resultándote simpática. Todo esto envuelto en un aroma de pizza con un toque de orégano perceptible en cada rincón de la ciudad, acentuándose un poco más gracias a la panadería sobre la que he fijado mi hogar, la cual me calienta la casa con sus hornos incesantes noche y día.
Sin embargo, mi rincón favorito no es más que un simple patio romano, no por su ser en sí mismo, su sencillez complementada por las continuas voces y gritos de “baffanculo” de cualquier vecino, o por las interminables cuerdas de las que cuelgan sujetadores y pantalones sin intimidad alguna, o por la pintura rojiza de las paredes tan desgastada por las lluvias y el constante ajetreo de la ciudad que acaba propiciando cierto encanto. No por todo esto, si no por su protagonismo en momentos que poco a poco van formando parte de mi nueva vida, momentos eternos. Tardes de septiembre, bikinis y Rayban, de fondo la presencia de Eros Ramazzotti, para aprovechar los últimos rayos de sol del verano. Interminables cenas bajo la luz de la luna, a base de bruschetta y parmesano bañado en una copa de Nero Tavola. Mañanas de bricolaje y pintura para eliminar los estragos tras una gran noche, bajo la mirada indiscreta de la mujer del segundo. Noches de insomnio en buena compañía que vuelan mientras te dedicas a contar cada una de las estrellas...
Pero todo esto no tiene importancia ya, sólo es un mero pasado, que quizá algún día vuelva a sacarte aquella sonrisa nostálgica. Lo único que importa ahora es el presente, y la cantidad de instantes eternos que te quedan por vivir.
"Non ho paura del domani perché ho visto il ieri ed amo l'oggi". William Allen White


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