Mundos paralelos en los que todo vale,
en los que el valor de las cosas es relativo, y el de los hechos aún
más. En los que pasas de 0 a 100 con un misero pestañeo. Un mundo
con personas, personas que no son personas, sólo meros sujetos
inertes, marionetas manipuladas en cualquier escenario de madera
mugrienta.
En este juego no existen reglas, la
regla está en jugar sin reglas, sin límites. Siempre se juega para
ganar, ¿ganar el qué? No hay objetivo más allá del desdén, la
prepotencia y la deshumanización del ser, que ya ni es. El simple
placer que te aporta el amargo regusto de superioridad tras obtener
la victoria, amargura que quema las gargantas de los que se quedaron
por el camino. Aquellos a los que les robaste minutos de vida,
egoístamente para luego despreciarlos como el rico al mendigo, como
el joven al anciano.
Este dichoso juego eterno, que te va
consumiendo poco a poco, enloqueciéndote hasta perder el control,
hasta que no te quede piel por arrancar, ni vena que cortarte y solo
quieras abandonar. Me doy por vencida, he perdido, sólo quiero dejar
de jugar, simplemente dar marcha atrás, pero es demasiado tarde,
estás atrapado en ese laberinto sin salida que se hace llamar vida.
Nunca debí entrar en este mundo, en
este juego, nunca debí apostar mis sentimientos all-in, ni dejar mi
destino en manos del impredecible azar de un simple dado.
Entre póker y blacjack vas perdiendo
tu dignidad, a cambio de crueles faroles que van absorbiendo
pedacitos de tu sonrisa, ápices de tu inexistente felicidad.
Ya no te queda nada que apostar, en el
mundo de las falsas impresiones, donde lo que tomabas por bueno acaba
siendo incluso peor que lo malo por naturaleza.
Ese mundo nuevo que habías descubierto
tan increíble y perfecto ahora es un puro infierno oscuro, plagado
de cuervos que vuelan a tu alrededor esperando a que ingenua de tí,
muestres un atisbo de sentimiento, sentimiento que desgarrar y
alimentarse de tu felicidad.
“In questo mondo non vivo, solo
guardo gli altri vivere”
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