jueves, 12 de septiembre de 2013

Sogno e ricordo

Un menudo rayo de sol se cuela por la ventana, iluminando la solitaria habitación.
La luz y la claridad del día no van a dejarte remolonear ni un segundo más y poco a poco vas despertando de ese increible real sueño llamado Erasmus.

Te incorporas de pronto en una habitación que te resulta extraña, ¿dónde están las altísimas paredes rojas y el incansable olor a pizza de mi pequeño pisito romano?
Mi comodísima cama de uno ochenta no me parece ya cómoda, echo de menos mi blando y mullido colchón asfixiante en las calurosas noches de verano.

Todo fue un sueño, uno de esos sueños bonitos, de esos que no despertarías jamás. Uno de esos sueños reales que se camuflan con la misma realidad.

Todas las personas que llenaban cada momento de tu vida parecen haberse evaporado, las continuas salidas nocturnas en busca de que sé yo que estrella se quedaron atrás.

La ligereza de la libertad de estar en tu propio sueño con tus normas, tus leyes y valores cada vez pesa más. Y es que tras haber descubierto mil y un rincones eternos de una ciudad que ya siempre será tuya, te sientes extranjero en tu tierra natal, fuera de lugar como un inmigrante excluido y marginal.

“Nunca sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”, quizá hayan sido un millón las veces que haya escuchado esta frase. Quizá hayan sido un millón las voces que me aconsejaban en mi cabeza el valorar al máximo cada instante de felicidad. Y eso he hecho, siempre supe lo que tenía pero nunca pensé que lo perdería, o al menos no estaba mentalizada de ello.
Si tan sólo pudiera disfrutar de un atardecer más, bajo uno de aquellos naranjos de un jardín anónimo del monte Aventino. De una despreocupada carrera a lo largo del Tíber acabando en mi rincón secreto de Villa Borghese. De un simple paso en tacones esquivando un incómodo adoquín. Pero no puedo. Ya no. Esas pequeñas cosas a la que uno se acostumbra fácilmente son tan tuyas que nunca crees que cambiarán.

Y llegas a tu casa, y oyes una y otra vez la misma pregunta, ¿qué tal en Roma? Y contestas un seco “bien”. Tan seco como tu garganta, al recordar uno a uno aquellos maravillosos momentos. Inexpresivo, puesto que nadie sería capaz de expresar todo lo que viviste y sentiste en tan pocas palabras. Sintiéndote incomprendido decides cambiar de tema, porque sabes que no volverá, nunca será más que un mero recuerdo. Un bonito e inolvidable recuerdo.

Y al fin y al cabo un sueño vale más que un recuerdo, por eso tengo la necesidad desesperada de un sueño, porque sin un sueño no se va a ninguna parte.


"Ho un disperato bisogno di un sogno. Perché senza un sogno non si va da nessuna parte".




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